Testimonio de una paciente de la unidad: El camino de la vida



Una de mis canciones preferidas se titula "We Float." La escribió PJ Harvey, una de esas artistas que llegan al alma. Ella dice que flotamos, que llega un momento en que debemos tomarnos la vida tal y como llega... En aquella canción habla de una pérdida, de caer en picado, de ver cómo la vida cambia, de perder el rumbo, de la posibilidad de morir tras un shock. Ella habla de un amor perdido, pero yo ahora pienso en la gran similitud entre todas esas pérdidas posibles, aunque algunas sean peores que otras.
En los últimos tiempos, yo he perdido algo muy valioso, probablemente más valioso incluso que el amor, que una amistad, que un trabajo... he perdido la salud. Es algo muy parecido a situarte en el borde de un precipicio, con el miedo a caer, a desfallecer por los temblores, a que ante el tropiezo ya no haya vuelta atrás. Es un miedo desconocido, el miedo a sucumbir, es una fragilidad ignota. No estamos preparados ante esa vulnerabilidad, aunque seamos más fuertes de lo que pensamos. Es una lucha por volver a ser lo que fuimos, aunque sabemos que ya nunca más lo podremos ser. Aunque sanemos, ya hemos estado en la cuerda floja, conocemos el riesgo. Escogemos el aquí, y el ahora, sin pensar más allá.
En todo ese proceso vamos de la mano de los médicos, ellos y ellas, para los que somos una prioridad. Pruebas, intervenciones, tratamientos. Nos ponemos en sus manos con confianza plena, nos dejamos hacer. Valoramos positivamente sus consejos, sus conocimientos, su experiencia. Pero junto a esa confianza, a ese acompañamiento que seguimos muchas veces con fe ciega, pensamos a veces que no estamos haciendo lo suficiente. Que queremos participar activamente en todo ese proceso de curación. Que queremos cambiar en lo profundo, comer de otra manera, respirar de otra manera, sentir de otra manera, guiar nuestras vidas sin dejarnos llevar por la penumbra del desasosiego. Pero tomar las riendas no es fácil; necesitamos herramientas, un vehículo, una puerta de entrada a nuestro interior para distinguir esas señales invisibles que nos han hecho vulnerables. No es nuestra culpa, nada lo es, pero sí somos responsables de nuestras vidas, y la medicina nos salva la vida pero nosotras debemos mantenerla.
Ahora mismo estoy trabajando con ese empeño. Y no es fácil. Desviar la mirada hacia adentro, coger el timón de nuevo, es una tarea ardua. Pero no estoy sola. Me acompañan la doctora Cristina Abadía, Concha León, Anna Gispert y todo el equipo de la Unitat de Salut Integrativa del Hospital de Terrassa, personas que te reciben con un abrazo y con una tremenda empatía, grandes profesionales con una enorme sensibilidad que saben que el camino de la vida va más allá de nuestro cuerpo físico, y que hay muchas cosas más por las que velar. Eterno agradecimiento.

                                                                            Pamela Navarrete

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